Cero tres
Al principio, parece, fue una promesa. Un puñado de tanos cumplió con reproducir en estas tierras el ritual que conocieron desde siempre en las suyas. Vinieron desde Teggiano, Salerno, cuando al siglo XIX todavía le quedaba un par de décadas, y en el camino lograron sobrevivir —sin más piso y paraguas que una embarcación de madera desvencijada por el oleaje— a una tormenta que les hizo multiplicar rezos en el océano. Al llegar a destino, ya pensaban en hacerse de una imagen del santo receptor de aquellos rezos, lo cual con el tiempo se fue tornando, también, un inconsciente intento por hacer de Florida una versión sudamericana de Teggiano. Otros pares lo intentaron en otros pueblos del continente. Misas, procesiones con la imagen a cuestas, pero en ningún caso prendió tanto como en Florida.
El 3 de junio se volvió fiesta popular. Los sectores más conservadores de la Iglesia Católica vernácula comenzaron a inquietarse. De hecho la entrada en vigencia de la Constitución de 1918 (del 17, o del 19, según se quiera señalar), que separó Iglesia de Estado, encontró a los descendientes de tanos negándose a escriturar la capilla como propiedad del Obispado. Fue el parteaguas. A partir de la década del ’20 hubo hasta celebraciones por separado, e incluso pedidos, desde el propio Obispado, para que la Policía prohibiera la fiesta popular que organizaba la comisión e descendientes de tanos. El conflicto se extendió durante tres décadas, con tensiones intermitentes y momentos de “aparente calma”, a decir del investigador Enrique Coraza. En la década del ’40 el Obispado concretó incluso su una antigua aspiración: tener su propia imagen de San Cono para hacer la procesión oficial.
Narra Renzo Pi Hugarte: el obispo “llegó a pronunciar la anatema (excomunión) para aquellos que osaran ir a la procesión tradicional y no a la que él organizaba”. No tuvo éxito. “La gente le temía menos a quedar fuera de la Iglesia que enajenarse los favores del santo”.
Nace así la historia del primer “santo anticlerical”, según lo definió Manuel Flores Mora en 1952, en un artículo publicado en el semanario Marcha.
Pero por sobre todo, al dejar de regir la Iglesia institución en el vínculo devoto-santo, los fieles se fueron sintiendo más libres en esa relación, según ensaya el doctor en artes y educación Fabio Ragone, oriundo de Teggiano, en ‘La Cultura visual de los tanos’. La simbiosis de aspectos propios de los tanos con la idiosincrasia vernácula, y las consecuencias de la separación Iglesia-Estado en la fiesta y el culto, volvieron único al San Cono de Florida. Se uruguayizó. Ganar juegos de azar o que un equipo de fútbol salga campeón no estaba en el objeto de re-ligar cuerpo y espíritu que pretende la religión como tal —haciendo uso de la acepción de ‘religión’ a la que suele acudir Darío Sztajnszrajber—. Colgar billetes y joyas en los atuendos del santo, menos todavía. Las ofrendas se multiplicaron por pedidos muy personales: ganar una carrera (ciclista, hípica…), embocarle a la Quiniela, o lo que fuere.
La “calma aparente” lleva ya más de sesenta años. Lo que al principio fueron tiendas de chacareros que aprovechaban el 3 de junio para vender sus cosechas, se volvió una feria interminable por la que pasan decenas de miles de personas en una semana. El cero tres y otros números relacionados al culto y la fiesta, los 3 de junio son limitados por la Banca.
San Cono se introdujo en Florida a tal punto de que muchos rasgos característicos de la identidad local son indisociables al vínculo de éste con su pueblo adoptivo. El número que más represente a los floridenses es el 03, por ejemplo. Incluso es así sin importar si se trata de creyentes, agnósticos o ateos, porque como también se ha ensayado, “entienden muchos de sus adeptos que se puede creer en San Cono y no ser católico, y ni siquiera es preciso creer en Dios”.*
Dice Ragone que el culto a San Cono en Uruguay es el más democrático en comparación con todos los otros santos del santoral”, porque “es justamente el pueblo el que decide cuál es el poder taumatúrgico del santo”. O como planteó Flores Mora: “no es el santo antipático al que se le pueden pedir sólo cosas serias. (…) Es el que comprendió que la gracia de Dios puede estar en los pesos que acertás en la quiniela y con los cuales te ponés al día con el verdulero. Es el que sabe que cuando los hombres no son capaces de subir hasta los santos, los santos tienen que bajar hasta los hombres”.
* Profesor Hugo Riva en ‘Florida’, serie Departamentos de las cartillas Nuestra Tierra, 1969.
Texto: Emilio Martínez Muracciole